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[0594] • PAULO VI, 1963-1978 • VOCACIÓN DE LOS MATRIMONIOS CRISTIANOS A LA SANTIDAD

De la Constitución Dogmática Lumen gentium –sobre la Iglesia–, del Concilio Vaticano II, 21 noviembre 1964

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CAPÍTULO II.–EL PUEBLO DE DIOS

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11.–[El ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos] [...] Por último, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por medio del que significan el misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia y de él participan (cf. Eph 5, 32), se ayudan mutuamente para ser santos en la vida conyugal y en la aceptación y educación de la prole, y así tienen su propio don en el Pueblo de Dios dentro de su estado de vida y de su condición (21). De esta unión conyugal procede la familia, en la que nacen nuevos ciudadanos de la sociedad humana, que, por la gracia del Espíritu Santo, son hechos por medio del bautismo hijos de Dios, para perpetuar el Pueblo de Dios a lo largo de los siglos. En esta que podríamos decir Iglesia familiar, los padres deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe con la palabra y con el ejemplo, y conviene que alienten la vocación propia de cada uno, con especial cuidado la vocación sagrada.

Los fieles todos, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, son llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad por la que el mismo Padre es perfecto.

21. 1 Cor 7, 7: “Unusquisque proprium donum (idion charisma) habet ex Deo: alius quidem sic, alius vero sic”. Cfr. S. AUGUSTINUS, De Dono Persev. 14, 37: PL 45, 1015 s.: “Non tantum continentia Dei donum est, sed coniugatorum etiam castitas”.

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CAPÍTULO IV.–LOS LAICOS

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34.–[Consagración del mundo] Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, porque desea continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos, vivifica a éstos con su Espíritu e ininterrumpidamente los impulsa a toda obra buena y perfecta.

Pero a aquéllos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión, también los hace partícipes de su oficio sacerdotal, en orden al ejercicio del culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por lo que los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, tienen una vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (1 Petr 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo.

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35.–[El testimonio de su vida] Cristo, Profeta grande, que por el testimonio de su vida y por la virtud de su palabra proclamó el Reino del Padre, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo a través de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su potestad, sino también por medio de los laicos, a quienes, por ello, constituye en testigos y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra (cf. Act 2, 17-18; Apoc 19, 10), para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social. Ellos se muestran como hijos de la promesa cuando, fuertes en la fe y la esperanza, aprovechan el tiempo presente (cf. Eph 5, 16; Col 4, 5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rom 8, 25). Pero que no escondan esta esperanza en la interioridad del alma, sino manifiéstenla en diálogo continuo y en un forcejeo con los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos (Eph 6, 12), incluso a través de las estructuras de la vida secular.

Así como los sacramentos de la nueva ley, con los que se nutre la vida y el apostolado de los fieles, prefiguran el cielo nuevo y la tierra nueva (cf. Apoc 21, 1), así los laicos se hacen valiosos pregoneros de la fe y de las cosas que esperamos (cf. Hebr 11, 1), si asocian, sin desmayo, la profesión de fe con la vida de fe. Esta evangelización, es decir, el mensaje de Cristo pregonado con el testimonio de la vida y de la palabra, adquiere una nota específica y una peculiar eficacia por el hecho de que se realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo.

En este quehacer es de gran valor aquel estado de vida que está santificado por un especial sacramento, es decir, la vida matrimonial y familiar. Aquí se encuentra un ejercicio y una hermosa escuela para el apostolado de los laicos, donde la religión cristiana penetra toda la institución de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación para que ellos entre sí y sus hijos sean testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama muy alto tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. Y así, con su ejemplo y testimonio, arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad.

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CAPÍTULO V.–UNIVERSAL VOCACIÓN A LA SANTIDAD EN LA IGLESIA

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41.–[La santidad en los diversos estados] Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el Espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria. Según eso, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas, debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza y obra por la caridad. [...]

Conviene que los cónyuges y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno al otro en la gracia, con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de un incansable y generoso amor, construyen la fraternidad de la caridad y se presentan como testigos y cooperadores de la fecundidad de la Madre Iglesia, como símbolo y al mismo tiempo participación de aquel amor con que Cristo amó a su Esposa y se entregó a sí mismo por ella (131). Un ejemplo análogo lo dan los que, en estado de viudez o de celibato, pueden contribuir no poco a la santidad y actividad de la Iglesia. [...]

Por consiguiente, todos los fieles cristianos, en cualquier condición de vida, de oficio o de circunstancias, y precisamente por medio de todo eso, se podrán santificar de día en día, con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre celestial, con tal de cooperar con la voluntad divina, manifestando a todos incluso en una servidumbre temporal, la caridad con que Dios amó al mundo.

[Vat II, 27-28, 68-70, 79-82]

131. PIUS XI, Litt. Encycl. Casti connubii, 31 dec. 1930: A. A. S. 22 (1930), p. 548 ss. [1930 12 31/24 ss.]. Cfr. S. Io. CHRYSOSTOMUS, in Ephes. Hom. 20, 2: PG 62, 136 ss.

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra